China empezó el partido con bríos, robando balones en campo
holandés, pero todo fue un espejismo, porque en el minuto 10, en la
primera jugada de peligro holandesa, un derribo de Zhang Linpeng a
Robben otorgaba un penal para los europeos que Robin van Persie
convirtió en gol.
Tres minutos después,
China confirmaba su rendición al quedarse con uno menos, por la
expulsión de su centrocampista Qin Sheng tras una fuerte entrada a un
jugador rival.
El resto del partido se vió
afectado por esas dos acciones, y quedó la duda de si el conjunto chino
hubiera sido capaz de hacer frente a Holanda en igualdad numérica.
Robben, el héroe
de la reciente final de la Liga de Campeones, tuvo un
mano a mano fallido ante el portero, aunque en todo caso fue el jugador
más activo de su equipo, sobre todo en la primera parte, y jugó un
importante papel en los dos goles.
En la
segunda mitad, Van Gaal hizo saltar al campo a Wesley Sneijder, para
gran alegría de los aficionados chinos, y el cambio permitió que Holanda
se oxigenara y aumentara aún más la velocidad de sus ataques, aunque la
mala puntería de Van Persie y la falta de suerte mantuvieron inmóvil el
marcador en los primeros compases.
Al
menos hasta el minuto 65, cuando Robben, una vez más, lideró un ataque y
dió un pase al área a Sneijder, quien de espaldas a la portería se sacó
de la manga un gol de tacón que celebraron, resignados, los aficionados
chinos.
El partido era el primero que la
selección china jugaba en Pekín en más de nueve años (desde su amarga
derrota en la Final de la Copa de Asia, en el mismo Estadio de los
Trabajadores), y terminó con el mismo marcador que el anterior amistoso
que chinos y holandeses habían disputado, en 1996, en aquella ocasión en Holanda.
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